Durante este II Encuentro Literario "Escuela de Astorga", por fin se las ha oído. Ellas no formaron parte de esta Escuela a la que solo pertenecieron, aunque con gran trascendencia entre los escritores de su época, Luis Alonso Luengo, Ricardo Gullón y Juan y Leopoldo Panero. Pero sí fueron coetáneas suyas, y algunas incluso también se relacionaron con ellas, por diversos motivos, tal como se recuerda en lo que fue la presentación del acto en el que su poesía se elevó entre los muros de la Ergástula astorgana, en las voces de Abel Aparicio, Begoña Coronado, Carlos Huerta, Yolanda Martínez, Judith Molero y Mª Antonia Reinares.
Fueron algunos de los versos de Carmen Conde, Concha Espina, Ángela Figuera y Concha Méndez, los elegidos, por estos jóvenes representantes de la actual cultura leonesa, para recordarnos que ellas también formaban parte del paisaje literario de la época.
Un breve apunte, un primer acercamiento que tal vez nos sirva para descubrir a esas mujeres que también estuvieron ahí, con sus propias aportaciones. A algunas ya las habíamos atisbado entre las personalidades de la Edad de Plata que pudimos ver en la exposición fotográfica de (D)escribiendo miradas, como Concha Espina. Pero ahora nos quedan referencias suficientes para acercarnos a ellas y descubrir su vida y su obra con la profundidad que deseemos hacerlo.
ESCRITORAS Y POETAS COETÁNEAS DE LOS INTEGRANTES DE LA “ESCUELA DE ASTORGA”.
Yo soy una mujer: nací poeta,
y por blasón me dieron
la dulcísima carga dolorosa
de un corazón inmenso.
y por blasón me dieron
la dulcísima carga dolorosa
de un corazón inmenso.
Así comienza Concha Espina uno de sus poemas incluido en su conocida novela “La esfinge maragata”, versos que vienen a poner de manifiesto una realidad que parece obviarse en el panorama general de la literatura española cuando se echa la vista atrás sin profundizar en lo que estaba ocurriendo en el momento, más allá de lo que nos cuentan las crónicas oficiales. Y si lo hacemos en el espacio temporal en el que los integrantes de la llamada “Escuela de Astorga” desarrollaron su proceso creativo, esa realidad parece aún más palpable, pues pocos son los nombres de mujer que se manejan en el entorno de sus relaciones.
Cuando una se encuentra con toda la información que fluye en torno a estos poetas y escritores astorganos (lo mismo que ocurriría con tantos otros coetáneos suyos) pudiera parecer, efectivamente, que las mujeres no hubieran existido en el paisaje literario de su momento. Es verdad que cuando oímos hablar de sus referentes solo oímos nombres masculinos, como Azorín, como Antonio Machado,…, al igual que cuando se manejan los nombres de aquellos otros poetas de las generaciones con los que se relacionaron, eminentemente los que salen lo son también: Gerardo Diego, Luis Rosales, Luis Cernuda… Supongo que ello será fruto de la época, porque la realidad es que en ese panorama literario también existían las mujeres.
Pero, al igual que durante la jornada de ayer echamos nuestra vista a lo que estaba ocurriendo en torno a las murallas, a quienes creaban en otros entornos próximos, siguieran o no la estela creada alrededor de estos cuatro personajes astorganos, ahora que se aborda un encuentro para hablar de “ellos”, hemos creído justo encontrar un hueco para hablar de “ellas”, porque unas y otros formaron parte de una misma realidad histórica, aunque no con la misma suerte. No porque no lo merecieran sino porque las circunstancias han ido echando capas de olvido e indiferencia sobre ellas.
Y así, si buscamos entre los diversos paisajes del momento, van surgiendo una serie de nombres de escritoras (muy lejos de todas las que sin duda hay), unas más conocidas que otras, unas de más trascendencia literaria que otras, que estuvieron ahí, ligadas a los representantes de esta Escuela, por proximidad humana, geográfica o por contemporaneidad. Mujeres como Felicidad Blanc, esposa del propio Leopoldo Panero, que, cómo le ocurrió a tantas otras, vería truncadas sus aspiraciones literarias en aras de las exigencias de su matrimonio. O como Manuela López (Manolita), maestra nacida en Bembibre, y formada en la Residencia de Señoritas, que escribió gran parte de su obra en la ciudad de Astorga, donde finalmente moriría. O como Josefina Aldecoa, nacida en La Robla, que, entre los años 1944 -1955, formaría parte de la revista literaria “Espadaña”, nacida en León a partir de la iniciativa de una serie de jóvenes escritores críticos con el régimen o poco afines al mismo, entre los que se encontraba, por ejemplo, Eugenio de Nora. Tampoco podemos olvidarnos de Concha Espina, de cuya estancia en Astorga y tierras maragatas se cumple este mismo año el centenario, momento, el de 1912, en el que gestaría “La Esfinge maragata”, y que entre 1933 y 1943 publicaría dos poemarios, dentro de su inmensa obra. Escritoras como Alfonsa de la Torre (premio nacional de poesía en el año 1951),que compartió con Leopoldo Panero, el favor literario de Gerardo Diego; como Concha Méndez o María Zambrano que, seguramente, coincidieron – junto a la anterior - con Manolita López en la Residencia de Señoritas de Madrid, encontrando con los años – todas ellas – un eco en la Semana de la Mujer astorgana que les ha sido dedicada o en la que han recibido homenaje a su vida y obra. Pero también escritoras como Felisa Rodríguez, Ángela Figuera Aymerich, Carmen Conde, Ernestina de Champourcin o Elena Martín Vivaldi
Algunas de ellas, de más peso, son integrantes reconocidas de esas generaciones literarias en las que a determinados críticos gusta encasillar a los autores (y por tanto también a las autoras).
A muchas de esas mujeres, la vida, el entorno, sus propios compañeros, las desterraron del mundo de la literatura, pero solo de ese que se reconoce oficialmente, del que se ve a primera vista, porque en muchas de ellas se mantuvo encendida la llama de la creación literaria y su obra siguió su camino, a la espera de que un día se reconozca en su justa medida.
Para terminar esta breve introducción, deseando que ese olvido en que estas mujeres y su obra han caído, quiero hacerlo con unos versos de Concha Méndez, cuyo significado podríamos trasladar a ese intento repetido de destierro creativo en el que la historia ha querido sumir durante tanto tiempo a las mujeres, y al que una y otra vez, se han resistido:
Para que yo me sienta desterrada,
desterrada de mí debo sentirme,
y fuera de mí y aniquilada,
sin alma y sin amor de qué servirme.
Pero me miro adentro, estoy intacta,
mi paisaje interior me pertenece,
ninguna de mis fuentes echo en falta.
todo en mí se mantiene y reverdece.
Y tras estos significativos versos, vamos a conocer una muestra de algunas de esas mujeres que también estuvieron presentes en la época, y que superando arrinconamientos, olvidos, desprecios, siguieron manifestándose a través de su escritura.
Y vamos a hacerlo en la voz de una serie de jóvenes que hoy han querido acompañarnos, un poco como testigos de que Astorga sigue siendo una ciudad intrínsecamente ligada a la poesía, a la literatura, y que sigue teniendo un futuro en ella, alentando la existencia de nuevos escritores y escritoras que siguen llevando su nombre por el mundo.
Mercedes G. Rojo
Concejala de Cultura