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Nuestra bienvenida al blog del Área de Igualdad de Oportunidades promovido por la Concejalía de Mujer, Sanidad y Servicios Sociales del Ayuntamiento de Astorga.
En el mismo encontraréis espacios de participación, noticias sobre cursos, subvenciones, actividades,..., y otras propuestas que nos vayan llegando.

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ESPERANZA EN NAVIDAD, de Inés López Seco, de Ponferrada, se alza con el segundo premio de la categoría juvenil del Concurso de Relatos Astorga 2012

El segundo premio de la categoría juvenil también se nos fue para Ponferrada. En este caso fue otra jovencita, también de 1º de Bachillerato, quien se hizo con el premio. 
Este ha sido su relato, con sabor a libros y lecturas mil. ¡Qué lo disfrutéis! y l@s más jóvenes, a seguir el ejemplo y a practicar y a participar.




ESPERANZA EN NAVIDAD.

                Otro uno de diciembre entre esas frías paredes. Otro día más tachado en el calendario colgado de la pequeña punta oxidada. Al abandonar las mantas que me llevaban cubriendo todas las noches durante los últimos siete años, sentí cómo el frío me azotaba el rostro y se infiltraba en mi piel. Dirigí mis pisadas hacia el baño y me lavé la cara rápidamente para evitar el incremento de frío en mis tejidos. Una vez vestida, bajé al comedor donde me reuní con el resto de los niños para el desayuno. Cuando la campana sonó, todos nos sobresaltamos ya que ésta solo hacía acto de presencia en casos muy señalados. La madre superiora se puso en pie en el centro de la sala y nos anunció la llegada de una institutriz que se dedicaría a impartimos los conocimientos básicos a partir de esa mañana. El resto de las monjas nos condujeron hacia un habitáculo de tamaño considerable,  con varias mesas y sillas repartidas en su interior. Una de las mesas, la que estaba al fondo, era más grande que las demás y sobre ella se apoyaba una mujer joven y delgada. Estaba leyendo unas hojas y hasta que no levantó la mirada al oírnos entrar no pudimos observar la claridad y calidez de sus ojos verdes, escondidos tras unas gafas. Se puso en pie y nos invitó a tomar asiento en los pupitres. Mientras estaba explicándonos todo lo que íbamos a hacer con ella, pude entrever la bondad y dulzura en su carácter y, por supuesto, también lo culta e inteligente que era.
                Después de comer, me senté sobre mi cama y continué leyendo “Moby Dick”, que tantas veces había releído, puesto que era el único libro que mis padres habían dejado el día en que me abandonaron en aquel pobre, frío y gris orfanato en el que llevaba ya casi ocho años. Mientras continuaba la lectura del capítulo diecisiete, sentí como alguien se sentaba a mi lado y me observaba fijamente. Levanté la mirada del libro y pude comprobar que se trataba de la institutriz.
-          ¿Te gusta la lectura?- preguntó con su voz dulce y melodiosa. Asentí con la cabeza en señal de respuesta.
-          ¿Y qué más libros tienes?- siguió interrogando.
-          Solo éste. Fue el único que mis padres me dejaron, hace casi ocho años - respondí sin una pizca de expresividad en la cara.
-          ¿Quieres venir a mi cuarto? Allí tengo cuentos que te podría prestar, quizá te gusten.
               Le sonreí amablemente y me tomó de la mano conduciéndome hasta su cuarto. No era muy grande y la decoración era bastante austera: una cama, un escritorio, una estantería, un armario y un aseo; pero era mejor esa que la habitación común que compartíamos todas las niñas del orfanato. Me acerqué a la pequeña estantería y elegí uno de los libros. Ella me lo dio y me invitó a sentarme en la cama a su lado. Cogió otro libro y así permanecimos hasta la hora de bajar a merendar, en silencio, disfrutando del placer de la lectura.

                Por la noche, una vez que ya habíamos cenado, subimos a la habitación para ponernos los pijamas. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que, después de meternos ya cada una en nuestras respectivas camas, nuestra nueva compañera se adentró en el cuarto, cogió una silla que puso en el medio de la sala y se sentó. En sus manos llevaba un libro grueso, debía tener tantas páginas como un diccionario si no tenía más. La portada era de un color azul oscuro, intenso, como el del mar. Cuando lo miré me acordé de aquel día que había visto el mar por primera vez y, de momento, por última.
                El verde del acantilado se perdía entre los tonos anaranjados del cielo y el profundo azul del mar. Si cerraba los ojos, podía oír a las enfurecidas olas embestir contra las rocas, y un olor a salitre que me invadía el olfato. Sin embargo, éste no era molesto ni desagradable, todo lo contrario, era embriagador y fresco. Me transmitía sensación de paz y tranquilidad mirar aquel inmenso azul, sentía que podía hacer de todo, comerme el mundo, y hasta me sacó una pequeña sonrisa.
                Al volver de mis divagaciones sobre el océano me di cuenta que la maestra nos estaba explicando que ese era un libro de cuentos, que cada noche nos leería uno y que a la mañana siguiente le tendríamos que exponer cuál era la enseñanza que habíamos sacado de él. Y sin entretenerse más, dio comienzo a la lectura de aquel libro que tantas noches nos haría soñar con hadas, princesas, duendes, príncipes hechizados, castillos encantados y animales personificados.

                Y así fueron pasando los días, las semanas, los meses. Pasó la Navidad, la Pascua y el verano. Mis días consistían en ir a clase por la mañana y en disfrutar de las tardes al lado de la agradable maestra y, poco a poco, ganando complicidad mutua, hasta llegar a convertirse en mi apoyo más importante. Cumplió su promesa y todas las noches nos leía un cuento del libro azul oscuro. A pesar de ello no podía olvidarme de que seguía encerrada en esas cuatro paredes, de que la mayoría de las compañeras que estaban en el orfanato cuando llegó Esperanza, que así se llamaba la institutriz, habían sido adoptadas e incluso algunas, que habían llegado escasos meses atrás, también estaban siendo acogidas por otras familias. Pero lo que no podía dejar de pensar, lo que verdaderamente me quitaba el sueño, era que pronto llegaría el uno de diciembre, día en que se cumpliría un año de la llegada de Esperanza y día en el que tendría que decirle un adiós para siempre, o eso pensaba yo. Ese día llegó más pronto de lo que esperaba. Permanecí en mi cama, bajo las numerosas capas de mantas. Ellas nunca me habían abandonado o defraudado y probablemente serían las únicas que nunca lo hicieran. Podía oír el viento en la ventana, anunciando la llegada del frío invierno al ambiente y a mi corazón.
                Pronto llegó la Navidad. En mis once años de vida, jamás me había sentido tan triste. Decidí no moverme de la cama, ni siquiera para comer. No quería enfrentarme a lo que había fuera, a las sonrisas de gente feliz que aún no teniendo nada, lo compartían todo y que solo por ello tenían mucho mérito. Pero no tenía fuerzas, prefería quedarme así y no enterarme de si el mundo se paraba, del bullicio del exterior o de la llegada de aquel melancólico veinticinco de diciembre. Llegado un momento de la tarde, me incorporé sobre la cama y dirigí mi mirada hacia la nevada caída en el jardín, donde al parecer acababa de llegar un coche. Fue entonces cuando oí pasos apresurados por el pasillo y de pronto se abrió la puerta. Allí estaba Esperanza. Me buscó con sus inquietantes y entrañables ojos verdes y se acercó hacia mí cuando me localizó. Tomó mi cara entre sus manos y dijo:
-          Yo no tengo a nadie que me regale por Navidad, así que siempre me regalo algo a mí misma. Y creo que lo que quiero este año es tu compañía y cariño.
                Se me llenaron los ojos de lágrimas y la abracé. Abajo seguía esperando el coche que había visto por la ventana, el mismo que nos llevaría hacia mil libros y cuentos más, hacia una nueva vida, que empezaba ese frío y feliz día de Navidad.