En un tiempo en que aún hay que aguantar la impertinencia de muchas personas - fundamentalmente hombres, claro está - preguntando por la excelencia de las mujeres en sus distintos campos de actuación, de vez en cuando la Historia - a través de la investigación de personas que buscan en la historia cotidiana la realidad que se esconde tras los grandes hechos - nos sorprende con relatos de vida como el que hoy nos resume Fulgencio Fernández en su último artículo.
Justina rodeada de sus compañeros de promoción.
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Se trata de un artículo sobre Justina González Morilla, de Matanza de los Oteros, que en 1928 acabaría con éxito (e incluso con muy buenas notas) las carreras de Veterinaria y de Medician a un mismo tiempo. Desde 1930 trabajó como médica-odontóloga en Valencia de Donjuan, hasta que en 1942 traslada su consulta a León, donde ejercerá durante otros veinticinco años. Sin duda un singular ejemplo, en unos tiempos difíciles para la mujer, que no debemos dejar caer en saco roto.
Para que luego se nos diga que hablamos demasiado de las mujeres y de sus logros en la historia. Pues mientras se nos sigan planteando tonterías como la de preguntar, ante la sugerencia de tener presente a profesionales femeninas en todas las actividades que realizamos, que si "por encima de la excelencia", cuando jamás se le ocurriría a determinados individuos hacerlo con respecto a los hombres, pues parece que a ellos sí que se les da por supuesta esa "excelencia" estén donde estén, será necesario seguir insistiendo en su presencia y en sus logros. Para que se sepa que están ahí. Con un añadido y es que, desgraciadamente, cuando una mujer ha llegado a determinado estatus profesional, se lo ha tenido que ganar con uñas y dientes y, muchas veces, demostrando su valía varias veces más que los hombres. Eso sin tener en cuenta los sacrificios de carácter personal y familiar que, casi siempre, han tenido que ir dejando en el camino.
Lógicamente, habrá menos porque muchas menos son las que han tenido las oportunidades, primero de acceder, y luego de llegar. Por eso necesitamos darlas a conocer.
Para que nuestras jóvenes sepan que siempre las hubo y que, efectivamente, se puede llegar adonde ellas verdaderamente quieran llegar, a pesar de las trabas que pretendan ponernos en el camino.