El pasado 20 de noviembre se conmemoraba, como se viene haciendo desde hace veintidós años, el Día Universal de la Infancia, fecha en la que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en 1959 la Declaración de los derechos del Niño, y en 1989 la Convención sobre los Derechos de los Niños, momento a partir del cual pasa a celebrarse en ese día. Ya en 1954 la Asamblea General había recomendado (resolución 836(IX) que todos los países instituyeran el Día Universal del Niño, fecha que se dedicaría a la fraternidad y a la comprensión entre los niños del mundo entero y se destinaría a actividades propias para promover el bienestar de los niños del mundo. Sin embargo, en aquel momento, la Asamblea sugirió a los gobiernos que celebraran el Día en la fecha que cada uno de ellos estimara conveniente.
Han pasado muchos años desde aquel momento y, también desde entonces, han sido numerosas las ocasiones en que se han elaborado estudios y propuestas para mejorar las condiciones de vida de las niñas y los niños en todos los lugares del mundo. Hoy mi reflexión viene unida, de alguna forma, al tema de la violencia de género, puesto que se calcula que solo en España alrededor de 800.000 niños y niñas viven víctimas de la violencia de género a que están sometidas sus madres, convirtiéndose directamente en una víctima más de tal proceso. Pero no solo eso. En muchos países de distintos puntos del planeta, entre las vejaciones a que se ve sometida la población infantil y atentan directamente contra sus propios DERECHOS, se encuentra la explotación sexual, una práctica habitual a la que un importante número de occidentales que nunca la practicarían en sus lugares de origen no son ajenos a través del "turismo sexual", aunque luego se escuden en el hecho de que las niñas con las que practicaron sexo no parecían ser menores de edad. Por no hablar de la pornografía infantil de la que cada vez se descubren redes más complejas y extensas, incluso en nuestro propio país. De otro lado, y en el campo femenino, hemos de hablar de los feminicidios que aún se siguen cometiendo en muchos países. También respecto a los nacimientos de las niñas, que todavía se ven como una carga para el conjunto de las sociedades que los practican. De igual forma hemos de hablar de las mutilaciones genitales de muchas ellas, como las ablaciones, prácticas que se siguen haciendo no solo en muchos países musulmanes sino en comunidades de estas características asentadas en Europa, a pesar de la prohibición explícita que en estas naciones existe respecto a tal práctica, y que conculcan no sólo el derecho a la salud de las propias niñas sino también de su propia dignidad. Y los matrimonios concertados con chiquillas aún (en algunos casos con hombres mucho mayores que las convierten en esclavas tanto sexuales como de todo tipo), y la prohibición de recibir una educación adecuada, y la explotación laboral a que se las somete, y la negación de su existencia al no inscribirlas en los registros de sus respectivos países para no abocarlas a la muerte, de su nombre, de su nacionalidad, ... En resumidas cuentas, todos los días del año, en mil y un lugares diferentes del planeta se conculcan a diario todos y cada uno de los derechos universales de la infancia. A veces de forma más explícita o aparentemente cruel que otras, a los ojos de quienes las contemplan desde fuera. Pero en ningún lugar nuestros seres más pequeños están libres de ver quebrantado algunos de esos derechos básicos recogidos en la Declaración aprobada ya en 1959, y que en el caso de personas adultas han llevado en no pocas ocasiones a la movilización y la lucha para conseguirlos. Pero ellos y ellas no tienen más fuerza y más arma para luchar que la propia voz de sus adultos. Así, ha pasado más de medio siglo desde aquella Declaración y aún siguen infringiéndose dichos derechos, porque ellos y ellas son los más débiles, aquellos seres con los que siempre es más fácil ejercer el poder que, bien sabido es, constituye la vía más rápida para anular derechos.
No hace falta mirar a los países del llamado Tercer Mundo, aunque en ellos se produzcan los casos más sangrantes. Solo hace falta abrir bien los ojos y los oídos y observar a nuestro alrededor, donde cada día se sigue haciendo patente esa realidad, en un gran número de ocasiones ante el silencio de la sociedad que, sin duda, nos hace cómplices. Y ¡ojo! que tampoco es cuestión de pasarnos al otro extremo y educar a nuestra infancia en la creencia de que todo son derechos. Porque bien es sabido que todo derecho implica un deber, que nuestros derechos llegan hasta donde llegan los derechos de los demás, y que la base de todo está en el RESPETO, un respeto mutuo que a menudo se olvida o se tergiversa.
20 de noviembre. Día Universal de los derechos de la Infancia. Empecemos a respetarlos y estaremos dando un paso de gigante hacia la convivencia pacífica y respetuosa de toda la humanidad. Puede parecer una utopía, pero si cada cual lo llevara a cabo en cada uno de los entornos en los que se desenvuelve, el efecto multiplicador sería imparable.